viernes, 30 de agosto de 2013

of monsters and men

Imagino que ese trata del epítome de la contradicción. O al menos de mi contradicción. Esta idea de estar disfrutando un placer culpable con lágrimas en los ojos, y no lágrimas de culpa. Lágrimas desesperanzadas. Entonces no queda placer. El orgasmo desaparece.
Agosto fue complejo. Mucho.
Desde principio de mes que tuve miedo por andar trayendo algo, y aún no lo se con certeza, pero al menos, esos "síntomas" que mostré han desaparecido. Me han tranquilizado hasta cierto punto. Uno igual sigue con el miedo de no poder pasar agosto (todavía me quedan unas cuantas horas).
Y la complejidad aumenta.
Los academicismos se escaparon, y ahora mismo requiero de ellos. Necesito escribir bonito para que a la profe le guste cómo suena y así lleguen notas motivacionales. Pero al final también está la duda ahí; porque ni yo me termino de convencer de si estoy rindiendo bien o no. Y ese es otro problema, porque la pregunta no es si estoy dando todo de mi -que ya de antemano sé que no-, sino que si estoy dando lo suficiente. De a poco voy cayendo en ese jueguito mediocre de: "con el cuatro paso". Ni me reconozco.
Es complejo al final.
Porque me perdí. O eso siento a veces, cuando no me encuentro. Cuando intento posicionarme ("Nelson, estás aquí, y vas para allá") y de pronto el acá pierde base y el allá se nubla. No hay ni presente ni futuro. Sólo pasado. Y un pasado de mierda por lo demás. No sólo porque no sea un pasado del que me alegre totalmente (¿necesito un pasado perfecto?), sino que también porque es un pasado acechante, latente, siempre-presente. 
Y es complejo, porque tiendo a identificar lo siempre-presente con la necesidad (la Arendt lo dijo, siempre necesitamos algo); y no me gusta la idea de necesitar mi pasado. O quizá lo necesito de una forma distinta.
Pero no sé cómo manejarlo. Porque son puros sentimientos, dèjá vú, recuerdos, olores, sensaciones. Y no quiero. No quiero manchar el presente que creo tener con ese pasado tan ponzoñoso. Tan petróleo. Negro y pegajoso. Y hediondo, muy hediondo.
Pero la duda persiste. La inseguridad no desaparece. 
La desesperanza no prima eso sí. Siendo justo, así como está siempre-presente el pasado, también lo está -aunque en menor medida- el futuro.
Y llegan esos pensamientos como: ¿Qué haré cuando tenga mi depto? ¿Me llegaré a hacer famoso por el libro que voy a escribir? ¿Y si la rompo? 
Y entonces llegan las ansias, las sonrisitas reprimidas, los tiritones de cuerpo, escalofríos. Porque quiero que empiece todo ahora.
Es como una guerra al final.
Dos bandos, así de dicotómico. Así de simple soy.
Pero aún así es complejo.

we do break too easily
 ~

lunes, 12 de agosto de 2013

El word de la Perpéculum

Es caer en el mismo error que caen aquellos superficiales que tanto criticas. Es mirar en menos a los demás, separarte del grupo, y al mismo tiempo menospreciarte a ti, en tanto sigues componiéndolo.
Dejaste toda la poética de lado. El éxtasis del orgasmo ahora es sólo una paja más, acompañado –incluso con alguien que no te gusta– o solo, y más solo que mal acompañado. Porque tampoco es que hayas logrado acostarte con todo Santiago. El punto es que no es un berrinche de vieja cartucha lo que está sucediendo acá, sino que más bien es un “abre lo ojos, hueón tonto”. Porque ahora te sientes tan –o más– vacío que antes. Y te carcomía la conciencia cuando venías en el auto del tipo, haciendo como que mirabas los cerros verdecitos y las nubes espumosas del Santiago recién llovido. Te picaban todos los bichitos de la culpabilidad cuando te diste cuenta que de nuevo es lo mismo, de nuevo no te das cuenta que las canciones terminan antes de que puedas empezar a cantarlas. Y los minutos se aceleran, y las voces de la gente también. Relatividad dijo Einstein: “cinco minutos frente a la chimenea pueden parecer una hora; y una hora con la chica que amas pueden parecer cinco minutos”. ¿Fueron cinco minutos?, te preguntai’. No. Fueron más, porque no la amas. Esta chica te acongoja, te hace correr. Te aprieta para que salgas por tus propios recovecos.
Sentir sus miembros enormes te excitó en el momento. La idea era sentir calor ajeno. Y cuando te diste cuenta que estabas cansado, que ya no querías seguir besándolo, ni chupándole el pene, ni tampoco pasándole la lengua por el cuerpo, entonces te aburriste. Y el vacío volvió “en el momento menos indicado”. Así y todo, seguiste. Porque tenías que, porque era tu deber. Pasando y pasando.

Y por eso ahora estás como estás. Sintiéndote vacía. Ultrajada. Mirando porno para lograr entender ese vínculo que une a dos personas en el sexo y que los lleva a besarse, mirarse, ser uno con la mirada, tal y como lo era antes para ti –como si dos actores porno pudieran explicarte lo que significa el amor–. Antes de que empezaras a acostarte con todo el mundo. Pero insisto, no es un berrinche de vieja cartucha. Yo sólo estoy intentando hacer que tú abrai’ los ojos.